A los políticos europeos les gusta dar lecciones sobre contaminación atmosférica al resto del mundo. Los países de Asia, y entre ellos China en particular, se constituyen en su blanco de crítica favorito. De hecho, a veces parece como si ninguna conferencia ambiental importante estaría completa sin una presentación a cargo de los formuladores de políticas de Europa sobre las supuestas “mejores prácticas” de su continente, mismas que el resto del mundo debería emular. Cuando se trata de la contaminación del aire, sin embargo, Europa debería considerar hablar menos y escuchar más.
La contaminación del aire es una preocupación creciente en toda Europa. La Organización Mundial de la Salud la ha calificado como “el mayor riesgo individual para la salud provocado por el medio ambiente” en el continente europeo, estimándose que el 90% de los ciudadanos europeos están expuestos a la contaminación del aire exterior que supera las directrices de calidad del aire de la OMS. En 2010, alrededor de 600.000 ciudadanos europeos murieron prematuramente a causa de la contaminación del aire interior y exterior, y los costos económicos se ubicaron en 1,6 millones de millones de dólares, aproximadamente 9% del PIB de la Unión Europea.
Londres y París sufren de problemas particularmente graves en cuanto a la calidad del aire. Los niveles de dióxido de nitrógeno en algunas partes de Londres habitualmente llegan a niveles que son 2 a 3 veces mayores al límite recomendado. En el Reino Unido, la contaminación del aire mata a alrededor de 29.000 personas al año, ubicándose esta causa en segundo lugar, solamente un puesto detrás del fumar, dentro de la lista de causas de muerte prematura. Puede que París esté, incluso, en una peor situación; en marzo, después de que los niveles de contaminación del aire superaran los de Shanghái, la ciudad impuso una prohibición parcial a la conducción de automóviles e introdujo servicios de transporte público gratuito.
Lamentablemente, los políticos europeos no parecen estar a la par del desafío. George Osborne, ministro de Hacienda del Reino Unido, ha argumentado en contra de los líderes británicos en lo que se refiere a la lucha contra el cambio climático. “Nosotros no vamos a salvar al planeta cerrando nuestras acerías, nuestras fundiciones de aluminio y nuestras fábricas de papel”, declaró en el año 2011.
Osborne no está solo. Debido a que los políticos europeos argumentan que la introducción de salvaguardias ambientales va a perjudicar a la economía de la UE, misma que ya se encuentra debilitada, no causa asombro que las medidas para limitar la contaminación del aire se queden muy lejos de las metas esperadas. Las normas propuestas para la UE con respecto a la regulación de las emisiones tóxicas de las plantas de carbón son aún menos estrictas que las de China, informa Greenpeace. Sin embargo, varios políticos europeos han pedido hacerlas aún menos estrictas, y Hungría sugiere dejarlas de lado en su totalidad.
Es muy cierto que los niveles de contaminación del aire en Asia son verdaderamente preocupantes. El continente es el hogar de nueve de los diez países más contaminados del mundo, de acuerdo con la Clasificación de Países según su Calidad del Aire preparada por la Universidad de Yale. Nueva Delhi esta clasificada como la ciudad más contaminada en el planeta, con una contaminación del aire que excede los niveles de seguridad en 60 veces. Debido a que el aire contaminado de Beijing, las empresas extranjeras pagan un “bono por trabajar en condiciones adversas” de hasta un 30% a los empleados que trabajan allí.
Pero, al menos, los formuladores de políticas de Asia han reconocido el problema y están tomando medidas para abordarlo. China, por ejemplo, ha declarado una “guerra contra la contaminación”. Hasta el año 2017, Beijing – apodado alguna vez como “Gris-jing” por los medios internacionales – gastará 760 mil millones de yuanes (121 millones de dólares) para luchar contra la contaminación del aire.
En el corazón de las medidas de China se encuentra la mejora del transporte público, el comercio verde, y una revisión de la matriz energética. El gobierno ha decidido instalar paradas de buses cada 500 metros en el centro de las ciudades, reducir los aranceles a 5% o menos para una lista de 54 bienes ambientales, y también desmantelará muchas plantas de carbón anticuadas e ineficientes. En el ámbito de consumo de energía primaria, se espera que la participación de los combustibles no fósiles se incremente en un 20% hasta el año 2030. Es muy probable que estos objetivos sean implementados de manera rigorosa, dado el fuerte apoyo político desde los niveles más altos.
Mientras tanto, en la India, los gobiernos de los Estados de Gujarat, Maharashtra y Tamil Nadu están a punto de lanzar los primeros esquemas de límites y comercio para partículas en el mundo. El Tribunal Supremo de la India incluso llegó a sugerir que se imponga un cobro extra a los vehículos a diesel de propiedad privada en Nueva Delhi.
Otros lugares de Asia también están tomando medidas para mejorar la calidad del aire. Vietnam tiene como objetivo la construcción de ocho líneas ferroviarias urbanas en el transcurso de los próximos años. Bangkok, que ha estado enfrentando a la contaminación del aire desde la década de 1990, ha plantado 400,000 árboles. Y Japón está ofreciendo subsidios para los vehículos a hidrógeno y está creando nuevas zonas exclusivas para peatones.
Europa, como una de las regiones más ricas del mundo, debe estar a la vanguardia de los esfuerzos para promover la sostenibilidad ambiental. Cuando se trata de la contaminación del aire, sin embargo, los formuladores de políticas de Europa deberían dejar de predicar a los demás y concentrarse en la solución de sus propios problemas.
Con la colaboración de Project Syndicate
Autor: Julian Kirchherr es un investigador de doctorado en la Escuela de Geografía y Medio Ambiente, Universidad de Oxford.
Imagen: REUTERS/Suzanne Plunkett