Los Andes contienen una gran variedad de microclimas, zonas agroecológicas y vegetación. Esta heterogeneidad también implica la variabilidad climática. Como consecuencia, los paisajes agrícolas se ven afectados en diferentes grados por el mismo evento climático (Crespeigne et al., 2010). Altamente dependientes de su producción agrícola, los campesinos andinos son muy susceptibles a las variaciones climáticas, especialmente cuando sus sistemas de producción se cultivan en condiciones de secano (IGP, 2005). La fragmentación de la tierra (IGP, 2005) y la falta de recursos existente en la mayoría de los hogares de las comunidades rurales, son factores que agravan los impactos negativos del aumento de las variaciones climáticas, limitando aún más la capacidad de respuesta de los agricultores para enfrentar los eventos extremos y variabilidad climática, entre otros, la sequía agrícola (Stadel, 2008).